woensdag 13 mei 2009

TRES PREGUNTAS relacionadas con Gilpin, 1987

¿Cuáles son los fundamentos reales que explican la pérdida del liderazgo norteamericano en el contexto global?

Gilpin responde esta pregunta de cierta manera en su capítulo diez donde habla del orden económico internacional emergente. El autor explica como su análisis presupone que la creación, el mantenimiento y el funcionamiento exitoso de una economía internacional liberal requieren del ejercicio de liderazgo político. Según él, la gobernanza debe proveer ciertos bienes públicos, como una moneda estable, y además debe promover mercados abiertos. Esto, creo, ya es un punto de partida ideológico, y tal vez indica dónde buscar los elementos claves de la pregunta que estamos respondiendo. ¿Porqué mercados abiertos?

El autor luego explica lo que entiende por liderazgo político: ‘en relaciones internacionales frecuentemente hay incentivos poderosos para engañar y aprovechar a costo de otros actores, y se requiere liderazgo político para dirigir, monitorear y controlar el proceso. ¿No fueron estos incentivos exactamente por los que los Estados Unidos se dejó guiar durante las últimas décadas y lo que le hizo florecer, al costo de muchos? ¿De cuál liderazgo político estamos hablando? Hace tiempo de manera que ni yo, nacida en 1960, me recuerdo bien.

Según Gilpin, el estado moderno de bienestar y el compromiso del liberalismo integrado han aumentado la necesidad de un líder, dado que los gobiernos son demandados cada vez más por sus poblaciones a rendir cuentas. Para ellos, la tentación de beneficiar a sus propios ciudadanos a costo de los de otros países es muy grande. La tensión inherente de una economía global basada en principios de mercado y economías domésticas basadas en intervencionismo estatal, requiere de una coordinación intensiva de políticas nacionales y practicas económicas. Mi pregunta es: ¿será que este es el problema, el hecho de que la economía global estuviese, hasta ahora, basada en principios de mercado y no esté regulada como es el caso de las economías domésticas? La pérdida del liderazgo norteamericano en el contexto global se fundamenta posiblemente en el hecho de que su propuesta de liberalizar y abrir el mercado global para el bien de todos no funcionó. Lo que se debería de hace, entonces, es reemplazar tal propuesta por una alternativa que incorpore la regulación global. En efecto, en Europa se está haciendo esto poco a poco; Microsoft e Intel son las primeras multinacionales que fueron multadas seriamente por su abuso monopolístico (NRC, 13 de mayo de 2009).

El liderazgo global, según Gilpin, los Estados Unidos lo han ejercido durante varias décadas, pero a finales de los sesenta la tarea se hizo cada vez más dura. La economía internacional liberal posguerra se deterioró particularmente por cambios estructurales en las condiciones de oferta y demanda, y por una capacidad y voluntad disminuyente de parte de los Estados Unidos de proveer tal liderazgo. Esto confirma lo que Kindleberger y otros han dicho, que la hegemonía económica tiende a devorarse a sí mismo. Literalmente, en los Estados Unidos a partir de los sesenta se consumió más de lo que se ahorró o invirtió en la propia economía. Hubo gastos privados y públicos excesivos, incluyendo gastos militares y para asuntos exteriores. Las importaciones excedieron mucho a las exportaciones y los déficits crónicos en el balance de pago se financiaron exportando dólares y prestando dinero de otros países. Consecuentemente, el liderazgo económico, tanto en términos de capacidad como voluntad, de los Estados Unidos disminuyó considerablemente a partir de los ochenta.

Gilpin plantea que la coordinación política, igual que el liderazgo hegemónico, debe proveer liderazgo y bienes colectivos que son necesarios para la eficiente operación de una economía, nacional o internacional. En la arena global, estas responsabilidades incluyen la estabilización de las relaciones monetarias y comerciales, la redistribución de ingresos a través de programas de ayuda internacional, y la regulación de abusos. Durante el periodo posguerra, las instituciones de Bretton Woods, respaldadas por el poder de los Estados Unidos, ejecutaron estas funciones de gobernanza, según Gilpin, pero, como plantea el autor, tanto la voluntad como la capacidad de los Estados Unidos de proveer estos bienes públicos se disminuyeron. Es importante señalar aquí que posiblemente el mero hecho de que tales instituciones fueron respaldadas por el poder de los Estados Unidos, es lo que explica que Estados Unidos aprovechó más de los demás de ellas, y que su liderazgo político, por ende, fue relativo y se contaminó rápidamente por intereses propios.

Una manifestación de la pérdida de voluntad de ser un líder político, fue la introducción por Estados Unidos de lo que Gilpin llama el ‘non-sistema’ de los tipos de cambio flexibles versus el sistema de los tipos de cambio fijos. La idea era de de-vincular los países, y de darles la autonomía de manejar sus economías nacionales de su propia manera. Sin embargo, dada la interdependencia del mercado global, el non-sistema le dio a las economías grandes el poder de dominar sobre el sistema monetario y los países menos poderosos. Estados Unidos dejó de portarse como líder político y se preocupó más y más por sus intereses propios, a costo de los demás.

Alternativamente, el mundo de hoy, así lo plantea Gilpin, requiere de una coordinación política que evite que se implemente competencia en comercio, industria, y política macroeconómica entre los poderes económicos dominantes dejando afuera del juego a las economías más pequeñas. Lo que se puede decir es que el mundo se ha complicado tanto que ahora, más que nunca, se requiere de un liderazgo político verdadero y verdaderamente neutral (multilateral).

La pérdida del liderazgo político de los Estados Unidos va de mano con la pérdida de su liderazgo económico, y ambos van de mano con la pérdida de su liderazgo ideológico. El neoliberalismo, como respuesta a la crisis de los ochenta ha llegado a sus límites y muchos actores nacionales e internacionales han perdido su confianza en los modelos que se implementaron en base de la misma, entre otros la Convención de Washington. La economía global ha deteriorado desde entonces, y la teoría económica neoclásica no logra explicar los fenómenos económicos actuales ni da respuestas a las preguntas de hoy. Son esos nuevos actores, las organizaciones nacionales e internacionales de la sociedad civil y las corporaciones nacionales y transnacionales, que reclaman su papel en el orden económico y político, y esto hace necesario un cambio en la visión ideológica de cómo manejar el mundo. Ya no se puede confiar en que sea una hegemonía dominante la que toma las decisiones para, e impone las reglas del juego sobre los demás; se debe ir avanzando hacia un modelo de coordinación y regulación global construido sobre una verdadera participación democrática de las naciones y pueblos.

¿Sigue siendo la economía de guerra, el uso de la fuerza, una variable crítica y fundamental para mantener la hegemonía en el nuevo contexto global?
Esta pregunta está claramente respondida en Keohane y Nye, 1989. Por ende, la vamos a discutir con más detalle cuando se discute tal texto. Sin embargo, aquí se puede notar que la respuesta sólo puede ser negativa. No hay alternativa. La hegemonía por la pura fuerza ya no existe, ni existe la violencia legitimada como Weber lo planteó. La violencia, desde la Declaración de los Derechos Humanos en 1948, en efecto ya no puede ser legítima y aunque en la práctica se ha continuado ejercer la violencia en todos los niveles de las sociedades, el paulatino aumento de actores locales, nacionales y globales va a acabar con tal opción. La violencia se está reemplazando, en todos los niveles de las sociedades, por la regulación, la coordinación, la negociación y la resolución alternativa de conflictos. La guerra es costosa, no sólo en términos de vidas humanas y sufrimiento, sino económicamente y también políticamente. Sólo es beneficiosa para pequeños grupos empresariales que hacen su negocio en base de la producción y la venta de armas. Además, el resultado de la guerra es totalmente incierto, y esto se revela al público, hoy en día más que nunca, a través de los medios de comunicación: todos sabemos lo inaceptable que es la guerra. No se puede decir con mucha certeza qué fue primero, el huevo o la gallina (el fin de la necesidad política de hacer guerra o el fin de la factibilidad política de hacerlo), pero de haber dejado de ser un instrumento eficaz en la economía política global, ha dejado de serlo.

¿Qué implicaciones tiene la crisis financiera internacional sobre la recomposición del poder a escala global?
La crisis financiera es mucho más que una crisis económica o política o ideológica global, un escándalo total. Un escándalo, no porque un modelo fue mal planteado o mal implementado, pero un escándalo porque los líderes globales, nacionales y locales vinculados a tal modelo se corrompieron en un nivel jamás visto. La crisis financiera es la manifestación de un imperio en decadencia, un liderazgo caído y fallado. Tal vez, esto es lo que Gilpin no pudo prever, no pudo predecir, pero allí estamos, los años después de la publicación de su libro no representan nada más que la continua tendencia decadente de una época. Casi, ya casi llegamos al fin del túnel, ¡ojala!

El fin del túnel, lo estamos viendo porque vemos cómo se abren nuevos caminos y cómo se desarrollan nuevas perspectivas para que aquellos actores que buscaban controlar los flujos financieros ya en aquellos días del abuso tomen la palabra. Surge, en efecto, un nuevo orden político y económico global, nada inesperado, porque muchos ya sabían, desde los noventa en adelante, que la de Bush y sus aliados era una calle sin salida. No sabemos cuáles van a ser las instituciones claves del nuevo orden global, las mismas reorganizadas o algunas nuevas, pero sí sabemos que van a ser muchos actores diferentes y de diferentes grados de poder, los que van a tomar las decisiones al respecto. Ni un solo actor o grupo dominante de actores va a poder apoderarse del poder de la manera en que lo hizo Estados Unidos en la época posguerra. Será a través del multilateralismo, que se encontrará el nuevo rumbo.

La crisis financiera, no es que nos enseñó lo mal que es tal o cual modelo, sino nos demostró, más una vez, lo mal que es el hombre que no deje de guiarse por algún sentido de moral social, una ética, o algo como un sentido de solidaridad. Este moral no se determina por religión, por teoría, ni por ideología, sino por la pura conciencia de que uno no está solo en el mundo. La crisis financiera es una bendición al final, y ojala un día se llegue a juzgar debidamente a todos aquellos ‘grandes’ hombres y mujeres que recomendaron no enviar un centavo de la ayuda externa directamente a los gobiernos del tercer mundo bajo el pretexto de que estos eran tan corruptos. La crisis financiera por lo menos les ofreció el espejo; lo que falta es el castigo.

Según Gilpin, en el nuevo mundo (de los ochenta y noventa) las fuerzas del mercado global y el intervencionismo estatal se habían convertido en determinantes importantes de las relaciones económicas internacionales y que en este nuevo ambiente, el bi- y el mini-lateralismo comenzaron a desplazar al multilateralismo del GATT. Creo que el paso lo que le faltó a Gilpin en el momento de escribir su libro fue que en el nuevo siglo ese sistema se defraudara y que a partir de allí la economía global, igual que las economías nacionales, fuera ser manejada por un sistema regulatorio global, basado en un nuevo multilateralismo del tipo GATT. Es que el poder se deja desplazar por la interdependencia, y la interdependencia se hace cada día más fuerte y más compleja. En un mundo colorido de tantos intereses, valores, culturas, idiomas, preferencias e ideas, ya no hay otra salida ni alternativa, sino la comunicación, la coordinación, la negociación y el interés común de compartir.

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